acerca de ...

La idea de este espacio virtual no es una alabanza sin sentido, o un simple modo de expresar simples y vanas palabras adjetivantes sobre lo que muchos llaman "obra de Julio Cortázar". Sus libros son algo mas que "obra" petrificada, son mil historias, donde existen infinitos personajes, léxicos, usos y técnicas literarias y, por supuesto, miles de facetas de quien los construyó. Por eso acá se construye no sólo, entre todos, la gigante biblioteca de sus novelas, cuentos, relatos, poemas, prosas, ensayos, sino que se busca construir algo, un largo relato, que beba como inspiración el gusto o crítica hacia Cortázar y se transforme, a medida que se avance, en una eterna “rayuela” de palabras que se independicen del motor primero...Esperamos, seamos muchos rescatando el valor de la palabra escrita en unos tiempos que buscan destrozarla...o hacerle perder su fuerza...

domingo

Razones de la cólera

Estos poemas, parte de un ciclo mucho más extenso, fueron escritos en 1950. La patria se agregó en París en 1955. En los últimos tiempos me he preguntado por qué casi nunca quise publicar versos, yo que he escrito tantos. Será, pienso, porque me siento menos capaz de juzgarme por ellos que por la prosa, y también por un placer perverso de guardar lo que quizá es más mío. Comprendí que en este libro faltaba, si había de ser fiel a sus mejores intenciones, algo que me acercara personalmente a mi lector. Enemigo de confidencias directas, estos poemas mostrarán un estado de ánimo en la época en que decidí marcharme del país. La patria lo resume, años después, con algo que será acaso mal entendido. Para mí, detrás de tanta cólera, el amor está allí desnudo y hondo como el río que me llevó tan lejos.

Fauna y flora del río
Este río sale del cielo y se acomoda para durar,
estira las sábanas hasta el pescuezo, y duerme
delante de nosotros que vamos y venimos.
El río de la plata es esto que de día
nos empapa de viento y gelatina, y es
la renuncia al levante, porque el mundo
acaba con los farolitos de la costanera.

Más acá no discutas, lee estas cosas

preferentemente en el café, cielito de monedas,
refugiado del fuera, del otro día hábil,
rondado por los sueños, por la baba del río.
Casi no queda nada; sí, el amor vergonzoso
entrando en los buzones para llorar, o andando
solo por las esquinas (pero lo ven igual
guardando sus objetos dulces, sus fotos y leontinas
y pañuelitos
guardándolos en la región de la vergüenza,
la zona de bolsillo donde una pequeña noche murmara
entre pelusas y monedas.

Para algunos todo es igual, mas yo
no quiero a Rácing, no me gusta
la aspirina, resiento
la vuelta de los días, me deshago en esperas,
puteo algunas veces, y me dicen qué le pasa amigo,
viento norte, carajo.

La patria
Esta tierra sobre los ojos,
este paño pegajoso, negro de estrellas impasibles,
esta noche continua, esta distancia.
Te quiero, país tirado más abajo del mar, pez panza arriba,
pobre sombra de país, lleno de vientos,
de monumentos y espamentos,
de orgullo sin objeto, sujeto para asaltos,
escupido curdela inofensivo puteando y sacudiendo banderitas,
repartiendo escarapelas en la lluvia, salpicando
de babas y estupor canchas de fútbol y ringsides.
Pobres negros.
Te estás quemando a fuego lento, y dónde el fuego,
dónde el que come los asados y te tira los huesos.
Malandras, cajetillas, señores y cafishos,
diputados, tilingas de apellido compuesto,
gordas tejiendo en los zaguanes, maestras normales, curas, escribanos,
centroforwards, livianos, Fangio solo, tenientes
primeros, coroneles, generales, marinos, sanidad, carnavales, obispos,
bagualas, chamamés, malambos, mambos, tangos,
secretarías, subsecretarías, jefes, contrajefes, truco,
contraflor al resto. Y qué carajo,
si la casita era su sueño, si lo mataron en
pelea, si usted lo ve, lo prueba y se lo lleva.

Liquidación forzosa, se remata hasta lo último.

Te quiero, país tirado a la vereda, caja de fósforos vacía,
te quiero, tacho de basura que se llevan sobre una cureña
envuelto en la bandera que nos legó Belgrano,
mientras las viejas lloran en el velorio, y anda el mate
con su verde consuelo, lotería del pobre,
y en cada piso hay alguien que nació haciendo discursos
para algún otro que nació para escucharlos y pelarse las manos.
Pobres negros que juntan las ganas de ser blancos,
pobres blancos que viven un carnaval de negros,
qué quiniela, hermanito, en Boedo, en la Boca,
en Palermo y Barracas, en los puentes, afuera,
en los ranchos que paran la mugre de la pampa,
en las casas blanqueadas del silencio del norte,
en las chapas de zinc donde el frío se frota,
en la Plaza de Mayo donde ronda la muerte trajeada de Mentira.
Te quiero, país desnudo que sueña con un smoking,
vicecampeón del mundo en cualquier cosa, en lo que salga,
tercera posición, energía nuclear, justicialismo, vacas,
tango, coraje, puños, viveza y elegancia.
Tan triste en lo más hondo del grito, tan golpeado
en lo mejor de la garufa, tan garifo a la hora de la autopsia.
Pero te quiero, país de barro, y otros te quieren, y algo
saldrá de este sentir. Hoy es distancia, fuga,
no te metás, qué vachaché, dale que va, paciencia.
La tierra entre los dedos, la basura en los ojos,
ser argentino es estar triste,
ser argentino es estar lejos.
Y no decir: mañana,
porque ya basta con ser flojo ahora.
Tapándome la cara
(el poncho te lo dejo, folklorista infeliz)
me acuerdo de una estrella en pleno campo,
me acuerdo de un amanecer de puna,
de Tilcara de tarde, de Paraná fragante,
de Tupungato arisca, de un vuelo de flamencos
quemando un horizonte de bañados.
Te quiero, país, pañuelo sucio, con tus calles
cubiertas de carteles peronistas, te quiero
sin esperanza y sin perdón, sin vuelta y sin derecho,
nada más que de lejos y amargado y de noche.

lunes

Secretos de un inédito

-Ciao, Verona, el relato oculto durante 30 años, desvela las sombras de Las caras de la medalla-
En la primavera de 1977, Alfaguara publicó en la elegante colección de cubiertas de color violeta diseñada por Enric Satué el libro de relatos Alguien que anda por ahí, de Julio Cortázar, cuya edición íntegra había sido prohibida en Argentina. Por primera vez se publicaba en España un libro inédito de narrativa del autor, y si bien éste era ya conocido en el país y en dicha ocasión se resignó al circo de las presentaciones y de las conferencias -algo a lo que años atrás se negaba en redondo-, el volumen fue recibido con tibieza o desdén por aquellos que no le perdonaban repeticiones formales ("Cortázar, pero menos") o aquellos otros que no consentían que la política se entremezclara en sus textos ("¡qué lástima, un escritor que había empezado con tan buena letra...!").
Al no saber muy bien qué decir sobre él, o no saber exactamente de qué trataba, qué ocultaba, todos pasaron de puntillas en especial sobre Las caras de la medalla, enigmática crónica de la relación -o, mejor, de la falta de relaciones- entre una mujer soltera y un hombre casado que trabajan en el Consejo Europeo para la Investigación Nuclear (¡Cortázar hizo de traductor en el Organismo Internacional de Energía Atómica!); un texto de inquietante lectura donde el protagonista no es capaz de comprender el rechazo amoroso al que lo somete su compañera; un texto que parecía, como se lee en el último párrafo, una pesadilla de la que trató de despojarse mediante la escritura. También era enigmática la dedicatoria ("a la que un día lo leerá, ya tarde como siempre"), a la que se sumó después otro misterio mayor, el contenido en esta frase de una carta que Cortázar escribió al año siguiente a su amigo Jaime Alazraki, uno de sus mejores críticos:

"En Alguien que anda por ahí hay amargos pedazos de mi vida, por ejemplo Las caras de la medalla, cuya historia siguió y terminó en otro cuento muy largo que escribí hace meses y que entrará en otro libro, si libro hay; se llama Ciao, Verona, y fue tan duro de escribir como el otro".

Por razones que no es éste el lugar para debatir, Ciao, Verona no fue incluido por Cortázar en los dos únicos libros de relatos que editó con posterioridad (Queremos tanto a Glenda y Deshoras), así que permanecía inédito y la única copia de la que hasta la fecha se tenía noticia, conservada en la Universidad de Tejas, estaba prácticamente olvidada; prueba de ello es el hecho de que no se incluyera en el volumen de los cuentos con que se inició recientemente la edición de las obras completas.

El examen de los documentos del legado que Aurora Bernárdez, viuda y albacea del escritor, donó a Carmen Balcells en febrero de 2007 para que fueran integrados a la colección de manuscritos de Barcelona Latinitatis Patria, ha permitido el descubrimiento de otra versión original, mecanuscrita con correcciones manuscritas de inconfundible caligrafía cortazariana, de este "cuento muy largo" (diecisiete páginas), quizás el último acabado y de innegable importancia que pueda llegar a encontrarse entre los inéditos del autor.

En una de las clases que dio en 1980 en Berkeley, California, Cortázar completó aquella famosa comparación suya según la cual la novela es al cine lo que la fotografía es al cuento, diciendo que las fotografías más reveladoras no eran, para él, aquellas de perfecto encuadre sino "aquellas en que por ejemplo hay dos personajes con un fondo de una casa y luego, quizá a la izquierda, donde termina la foto, hay la sombra de un pie, de una pierna. Esa sombra corresponde a alguien que no está en la foto y al mismo tiempo la foto está haciendo una indicación llena de sugestiones, apelando a nuestra imaginación para decirnos qué había allí después. La atmósfera que se proyecta fuera de la fotografía, esa aura de misterio, guarda una especie de vibración que me parece indispensable para la realización del cuento memorable, que el lector transforma luego en la memoria y en admiración".

Con la lectura del por treinta años inédito Ciao, Verona, el lector sabrá a qué correspondía la sombra de Las caras de la medalla y, al mismo tiempo, podrá imaginar otras atmósferas, otras sombras no menos inesperadas. -

martes

La Maga de Cortázar


-Nunca nos quisimos- le dijo besándola en el pelo.

-No hablés por mí -dijo La Maga cerrando los ojos-. -Vos no podés saber si yo te quiero o no. Ni siquiera eso podés saber-

(Rayuela, capítulo 20)

Ser la musa inspiradora de un escritor famoso es el sueño más excitante que podría existir entre sus admiradoras, amigas o amantes. Y mucho más aún si la historia que encarnan los personajes es tan interesante y encantadora como la que se relata en Rayuela. Esta obra de Julio Cortázar aparece en el año 1963 y produce una verdadera revolución dentro de la novelística en lengua castellana. Allí se relata la historia de una turbulenta relación entre los personajes de Oliveira y La Maga, una enigmática mujer con la que vive un increíble romance en París. Pero ¿la Maga existió en la vida real? Si en verdad fue así, ¿cuál es el límite entre la realidad y la ficción?

Alejandra Pizarnik: ¿La Maga que no fue?

La poeta Alejandra Pizarnik y Julio Cortázar se conocieron en 1960, año en el que la escritora argentina viajó a París. Su soledad interior y los deseos de buscar nuevos horizontes en la literatura la llevaron a vivir en ese viaje una experiencia que no olvidaría jamás. Cuando conoció a Julio se hizo evidente entre ellos una afinidad exquisita. Fue precisamente Cortázar, radicado en París desde 1951, quien la introdujo en el mundo literario parisino. Él admiraba la brillantez de Alejandra. De hecho, llevaron adelante una amistad que duraría hasta la temprana y trágica muerte de ella.

Luego de publicada Rayuela, en el círculo más cercano de la poeta Alejandra Pizarnik giraba la sospecha de que el personaje de La Maga era ella. Del mismo modo, se rumoreaba que ella creía que La Maga de Rayuela llevaba parte de su esencia. Una carta que el autor de Bestiario le escribió a su amiga Ana María Barrenechea, confirma que la obra ya estaba escrita cuando conoció a la poeta argentina y que de ningún modo ella era el referente real de La Maga.

Pasado el tiempo, es imposible saber si realmente los sentimientos de Alejandra Pizarnik por Julio Cortázar traspasaron la barrera de la amistad y la admiración. Cristina Piña en su libro Alejandra Pizarnik (mujeres argentinas) sugiere que "puede sonar a pretenciosa petulancia de la poeta joven que revelaba o se inventaba un vínculo amoroso con el escritor consagrado". La sospecha en torno a los sentimientos que Alejandra tenía hacia él se despertó a causa de un extraño suceso ocurrido luego de su suicidio. Quince días después de la tragedia, le fue entregada a Cortázar una breve correspondencia de Alejandra Pizarnik con una foto personal. Si esto fue programado por ella, es un misterio.

Edith Aaron, La Maga

“Y por qué no, por qué no habría de buscar a la Maga, tantas veces me había bastado asomarme, viniendo por la rue de Seine, al arco que da al Quai de Conti, y apenas la luz de ceniza y oliva que flota sobre el río me dejaba distinguir sus formas, ya su silueta delgada se inscribía en el Pont des Arts, nos ibamos por ahí a la caza de sombras, a comer papas fritas al Faubourg St. Denis, a besarnos junto a las barcazas del canal Saint Martin (...) ¿Por qué no habría de amar a la Maga?” ( Rayuela , Julio Cortázar, 1963)

Edith Aron nació en el Sarre, una región límite entre Alemania y Francia, posteriormente anexada por los alemanes. Su familia emigró a la Argentina poco antes de la Segunda Guerra Mundial. Julio Cortázar conoció a Edith en un viaje de regreso a Europa en el año 1950. Ella tenía 23 años, él 32. Desde el momento en el que sus vidas se cruzaron, los azares del destino moldearon sus encuentros. Coincidencia o no, en el primer capítulo de Rayuela, Julio Cortázar hace referencia a estas peripecias no programadas: “[ella] convencida como yo de que un encuentro casual era lo menos casual de nuestras vidas”.

Poco tiempo después del arribo a la capital francesa, se encontraron en una librería del Boulevard Saint Germain e intercambiaron algunas palabras. Posteriormente, el azar quiso que se encontraran en el cine y otro día en los jardines de Luxemburgo. En una entrevista concedida al diario La Nación de Buenos Aires, el 7 de marzo de 2004, Edith relata: “Él me escribió diciéndome que había basado su personaje en mí, y nos pasaban, es verdad, cosas espontáneas como las de la novela”. Ella comenta que Julio, influenciado por la corriente surrealista, creía que las casualidades eran importantes.

En poco tiempo, el autor de Historia de Cronopios y de Famas y Edith fueron a vivir juntos. Por ese entonces Cortázar ya conocía a Aurora Bernárdez, la mujer argentina con quien en 1952 contraería matrimonio. Edith confiesa que no sabía que estaba enamorada hasta que conoció la decisión de Julio de volver a retomar la relación con Aurora: “Fue sólo al perderlo que me di cuenta de que lo quería”. Luego del casamiento de Cortázar, Edith continuó su relación como traductora de sus trabajos a su idioma nativo, el alemán. Un inconveniente de salud de la madre de Edith impidió la puntualidad de entrega de los trabajos y Julio no le ofreció más sus obras para que las tradujera. “Él me hizo muy mal profesionalmente y no lo puedo perdonar” afirma Edith. Los azares de la vida los volvieron a unir, en una Feria del Libro, en Fracfort y en 1978, en un metro londinense. Él iba acompañado de Carol Dunlop, su última esposa. Esa fue la última vez que se vieron. Edith Aron fue la única mujer de Cortázar que le escribió una carta de condolencias a Aurora Bernardéz.

Conocer a la Maga es dejarnos llevar por las letras del autor, deleitarnos con su narrativa y desplegar nuestra intuición de lectores. “Entre la Maga y yo existen un cañaveral de palabras, apenas nos separan unas cuadras y ya mi pena se llama pena, mi amor se llama mi amor... cada vez iré sintiendo menos y recordando más, pero qué es el recuerdo sino el idioma de los sentimientos” (Rayuela, Julio Cortázar, 1963). Al conocer la historia de Edith Aron y Cortázar podemos conocer los detalles de vivencias relatadas en Rayuela. Seguramente, también está plasmada parte de la afectividad de esa mágica relación que tuvieron en los primeros años de la década del ‘50. Cuánto de verdad y cuánto de ficción sobre el personaje femenino más destacado de su libro más famoso es el misterio que envolverán a Rayuela por siempre.