—Así que ya ves —le escribía Marrast a Tell—, para los demás no tendrá nada de extraordinario ocurre todos los días pero me niego a creer que se pueda explicar como quizá se lo explicarán tú o Juan o mi paredro contando las razones con los dedos de la mano izquierda y usando los de la derecha para hacer un gesto como de guillotina o abanico. No me explico nada, ni siquiera estar escribiéndote esta carta a tres metros de un juke-box; en realidad supongo que se la estoy escribiendo a Juan, previendo que se la darás a leer como sería lógico y justo y obvio le hablo por sobre tu hombro, que me tapa un poco su cara. Tengo tanto asco de mí, Tell, de este pub de Chancery Lañe donde estoy en el quinto whisky y te escribo y ahora que lo pienso no tengo siquiera la dirección de ustedes. Pero no importa, siempre puedo hacer un barquito de papel con la carta y botarlo al Támesis desde el puente de Waterloo. Si te llega ya sé, te acordarás de Vivian Leigh y de una noche en Ménilmontant cuando lloraste hablándome de un negro que había sido tu amigo en Dinamarca y que se mató en un auto rojo, y después lloraste todavía más porque te acordabas de las películas de entonces y del puente de Waterloo. A lo mejor esa noche estuvimos a punto de acostarnos juntos, me parece que muy bien hubiéramos podido acostarnos juntos y que todo habría cambiado tanto, o no hubiera cambiado en absoluto y a lo mejor ahora, desde un café de Bratislava o de San Francisco, yo le estaría escribiendo esta misma carta a Nicole hablándole de ti y de algún otro que ya no se llamaría Austin, porque Tell ¿cuántas combinaciones habrá en esa roñosa baraja que el tipo con cara de pescado está mezclando en la mesa del fondo? Mañana me vuelvo a París, tengo que hacer una estatua, creo que lo sabes. No hay problema, por desgracia soy recuperable; todavía me verás reír, nos encontraremos con mi paredro en el Cluny, aquí y allá con Nicole y con Austin y con los argentinos, y hasta podría ocurrir que tú y yo acabáramos acostándonos juntos alguna vez de puro aburridos
pero no sería para consolarnos recíprocamente, jamás se me ocurriría imaginar que podrías consolarte algún día de Juan con algún otro, aunque naturalmente lo harás porque todos acabamos haciéndolo, pero será otra cosa, quiero decir que no lo harás deliberadamente como quien cierra una puerta, como Nicole. Mira, si pienso que un día la baraja se da de una manera que nos junte en alguna cama de este mundo, lo pienso libremente y no por esto que me ha ocurrido ni por lo que pueda ocurrirte a ti alguna vez con Juan
lo pienso porque somos amigos y porque ya una vez cuando hablamos de Vivian Leigh en aquel café de Ménilmontant bien pudo suceder que acabáramos besándonos, siempre ha sido tan fácil para ti y para mí, siempre besamos con tanta facilidad a los que no nos quieren, porque tampoco nosotros nos querríamos, creo que lo sabes. Tengo que hacerte una confesión horrible: esta mañana la pasé en un parque.
pero no sería para consolarnos recíprocamente, jamás se me ocurriría imaginar que podrías consolarte algún día de Juan con algún otro, aunque naturalmente lo harás porque todos acabamos haciéndolo, pero será otra cosa, quiero decir que no lo harás deliberadamente como quien cierra una puerta, como Nicole. Mira, si pienso que un día la baraja se da de una manera que nos junte en alguna cama de este mundo, lo pienso libremente y no por esto que me ha ocurrido ni por lo que pueda ocurrirte a ti alguna vez con Juan
lo pienso porque somos amigos y porque ya una vez cuando hablamos de Vivian Leigh en aquel café de Ménilmontant bien pudo suceder que acabáramos besándonos, siempre ha sido tan fácil para ti y para mí, siempre besamos con tanta facilidad a los que no nos quieren, porque tampoco nosotros nos querríamos, creo que lo sabes. Tengo que hacerte una confesión horrible: esta mañana la pasé en un parque.